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La neomicrohistoria (página 2)



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En las últimas décadas cuando las viejas
teorías del primer mundo han demostrado su incapacidad
para comprender las nuevas realidades, los nuevos conocimientos
deben llegar desde la periferia o de las márgenes y
nosotros somos la periferia y siempre hemos estado
marginados. Ha llegado la hora de vernos a través de
nosotros; no podemos seguir manteniendo a ultranza el coloniaje
teórico al que hemos sido sometidos hasta ahora. Ese
vernos a nosotros mismos primero y después ver a los
demás (la mirada tiene que ser por demás
subjetiva), a través de la creación de nuevas
teorías y nuevos métodos, es el primer gran reto de
la microhistoria. Los espejitos que le dejaron los
españoles a nuestros indígenas solo nos han servido
para ver otra realidad distorsionada.

Como es sabido las historias universales escritas hasta ahora,
no son más que el mundo visto desde y para Europa
(así como la
globalización es tratar de occidentalizar o
norteamericanazar al mundo). Y las historias de Venezuela han
sido escritas desde la Silla de Caracas; es decir, la
versión caraqueña del país, y una gran
mayoría de historia de los estados siguieron la
periodización y ritmo histórico caraqueño.
Un venezolano de Caracas y un venezolano de un pueblito del
interior del país, no se sienten depositarios de todos
los valores
históricos impuestos por las
elites que han detentado el poder y las próximas a
ejercerlo: el caraqueño concibe su destino como el de la
deseada modernidad, en constante cambio de sus
referentes identitarios ("Caracas es Caracas y lo demás es
monte y culebra"), en donde el hombre, rodeado de concreto, se
siente un extraño con respecto no solo a su entorno y al
otro, sino también con respecto a sí mismo. Como
diría Augé (1993) se ha convertido en no lugares;
es decir, espacios que no son en sí lugares
antropológicos y que contrariamente a la modernidad, no
integran los lugares antiguos, porque no existían en el
pasado; esos no lugares están habitados por seres
anónimos con su individualidad a cuestas. En cambio, el
habitante del pueblito (lugar) concibe su destino como una
armonía entre su espacio reducido y su tiempo
detenido, entre la preservación de los antiguos valores, sus
representaciones sociales y la pertenencia de las decisiones
concretas para el presente, a pesar de la influencia de los
medios de
comunicación que han caraqueñizado a
todo el país. Luis González expresa que: "La
historia universal y las historias nacionales están
pobladas de gente "importante": estadistas y milites famosos por
sus matanzas, explotadores ilustres o intelectuales
soberbios y cobardes. Los autores de la vida menuda rara vez
merecen los apelativos de sabios, héroes, santos y
apóstoles" (1973, p.29).

Las historias regionales y locales, las parroquiales y de los
barrios han logrado un avance al desprenderse de las ataduras
temporo-espaciales de las capitales de los países y el
desarrollo de
nuevas temáticas, de ahí priva la gran importancia
que ha tenido esta manera de ver la historia. El problema ha
sido, sin negar su trascendental importancia, que sus
cultivadores han seguido la concepción histórica de
la Modernidad con sus esquemas teóricos,
ideológicos y metodológicos, bajo el manto del
positivismo,
marxismo,
estructuralismo, funcionalismo o
todos ellos; aferrándose a la cientificidad de la
historia. Debido a la crisis de los paradigmas Straka (2002)
señala que la historia volvió a la intemperie.
Rotas las certezas y deshechos muchos de los paradigmas de la
Modernidad, quedó indefensa.

Los historiadores lucharon durante siglos para que la historia fuera considerada
como una ciencia, por
todos los medios
trató de demostrar su carácter científico. La
investigación histórica comenzó a seguir
al pie de la letra, los pasos metodológicos de las
ciencias
duras, inclusive llegaron a proponer leyes
(inexorables) históricas. El modo moderno de pensar estuvo
caracterizado por la razón (que explica y ordena el
mundo), el orden, la jerarquía, la universalidad, la
verdad, el progreso, un pensamiento
unificador y disciplinario y el dominio de la
naturaleza. La
modernidad
será la época de la legitimación
metafísico-historicista; la historicidad lineal,
progresiva y de plenitud, fundarán la contextura del saber
moderno. Los grandes metarrelatos legitimaron la marcha
histórica de la humanidad y el papel guía que los
historiadores desempeñarían en ella. Mires (1996)
dice que durante la modernidad; fue realizado el traspaso del
concepto de
transcendencia desde el campo de la religión al de la
historia y, por supuesto, al de la política, como medio
de realización de la historia, en dirección de una utopía
preestablecida. La historia legitimó a la
civilización occidental de acuerdo a Hottis (1999), la
historia judeo-cristiana, hegelianismo, positivismo,
progresismo, evolucionismo, todos los cuales aspiraban a conducir
a la humanidad a una salvación única y segura.

La historia como ciencia o disciplina (el
estatuto de la historia como disciplina permanece irresoluto),
así como los marcos conceptuales con los que ha operado,
se forjó en el interior de la tradición moderna
cuando ésta entró en crisis
(imposibilidad constitutiva de resolver nuestras incertidumbres)
teniendo que provocar, irremediablemente, una fractura de los
paradigmas
historiográficos establecidos y una
desnaturalización de los conceptos analíticos de la
historia tradicional (idealista, cronológica-narrativa)
como el de la historia social (con su modelo
dicotómico y objetivista), con respecto a esta
última, recordemos que la historia social está
constituida por dos corrientes o tendencias: el materialismo
histórico y la escuela de
Annales (aunque hay historiadores que no están adscritos a
ninguna), Seguidores de Annales, cliometristas (escuela
estadounidense) y marxistas se movían en la misma
dirección, pese a sus concepciones políticas
y sociales divergentes por haber superado los estrechos confines
del paradigma
historicista con su focalización de la narrativa en los
grandes acontecimientos, hombres e ideas, el cual había
dominado la profesión histórica desde Ranke, es
decir, los tres superaron y condenaron a la historia
episódica.

Ante la creciente reconsideración acrítica a la
que han sido sometidos los principales supuestos
teóricos-epistemológicos en los cuales se
habían basado hasta el momento la investigación histórica, se han
estado
gestando paulatinamente "una(s) nueva(s) teoría(s) de la sociedad"; es
decir, ha ido tomando cuerpo entre los historiadores, una forma
cualitativamente distinta de entender el funcionamiento de la
sociedad, sin caer en el subjetivismo idealista de la historia
tradicional. Han ido en aumento las deserciones en las filas de
la historia social, de la historia global, de la historia
problema, de la historia como ciencia del cambio y
están retornando las antes atacadas, combatidas y
vilipendiadas en la historiografía internacional los
géneros tradicionales, pero con una nueva visión,
tales como. Las historias biográficas, políticas,
narrativas, de las instituciones
militares, diplomáticas entre otras. Lo que debe quedar
claro es que hemos llegado al final de una historia determinista,
lineal y homogénea.

La neomicrohistoria no pretende ser una ciencia ya
que ella no busca desarrollar leyes generales, ni se adscribe al
método
científico de la Modernidad, porque éste, como bien
lo expresa Wallace (1980) intentan eliminar deliberadamente el
punto de vista individual del sujeto que conoce, que están
concebidos como reglas que permiten establecer una
distinción adecuadamente nítida entre el productor
de un enunciado y el procedimiento por
el cual es producido. La neomicrohistoria estará cara a
cara con la tardomodernidad, sobremodernidad o la hipermodernidad
que no es la superación de la Modernidad sino su
ampliación radical en sus ejes fundamentales (Lipovetsky,
2004). La neomicrohistoria no se planteará problemas de
investigación (por aquello que si no hay problema no hay
investigación) ya que no está orientada a la
solución de problemas, sino que se sumerge en ellos,
dialoga con ellos, viéndolos desde diferentes
perspectivas.

Los futuros lectores buscarán o complicarán las
posibles soluciones. En
la historia es inútil tratar de buscar en ella leyes
sociales o convertirla en una "especie de tribunal para juzgar la
conducta de los
hombres que pasaron por el mundo"(Arcila F., 1957).

La ideología estará presente en el
objeto de estudio y en el sujeto que estudia; el problema se
complica cuando en la historia el investigador es sujeto y objeto
de su disciplina. La ideología es un nivel de
significación que puede estar presente en cualquier tipo
de mensajes, aún en el discurso
científico (Veron, 1971). El sujeto (historiador)
subjetiviza al objeto (hecho histórico o personaje) y
éste subjetiviza al sujeto "…el historiador no
prescinde, no puede prescindir, en su labor profesional de su
sistema de
valores
ideológicos o filosóficos, su experiencia vital,
política y social, ni de su grado de formación
cultural, como de su preocupación de demostrar"
(Moradiellos, 2001, p. 73). Todo acontecimiento histórico
es un producto
ideológico, desde una batalla independentista hasta la
vida cotidiana; desde la vida de un héroe hasta la vida
del hombre
débil. Y cuando el historiador reproduce fielmente el
pasado, a través de su discurso, lo que está
haciendo es la reproducción de la ideología
dominante de aquel pasado, contaminándose con la
ideología de éste o contaminando a éste con
la del investigador. Así como la escuela, los sindicatos,
los medios de comunicación, entre otros, son aparatos
ideológicos del Estado, la historia con mayor
razón, ya que la clase
dominante escribe su historia de acuerdo a sus intereses, para
mantener el Estado o su
Estado. Con razón muchos expresan que la historia la
escriben los vencedores, sus hijos la repiten y sus nietos la
reescriben. Los historiadores oficiales (o no) siempre expresan
que su investigación y los resultados son producto de la
objetividad, cuando en realidad todos conocemos las cargas
ideológicas de éstos inmersas en su objetividad.
Por ejemplo, una biografía de Zamora
(caudillo de la guerra federal
venezolana) narrada por Brito Figueroa no sería igual que
una narrada por Morón, es decir, las concepciones
ideológicas de Zamora son analizadas desde otras
perspectivas ideológicas.

Cuando Venezuela se
separa de la Gran Colombia (una
ilusión Ilustrada), dejamos de ser colombianos y
comenzamos a ser venezolanos, siendo la primera
preocupación ideológica de la clase dominante
escribir, su historia. Esta historia nacional y las posteriores,
será la concepción caraqueña de lo nacional,
ya que olvidaron los ritmos y tiempos históricos de las
regiones históricas del actual territorio venezolano,
Será una historia ideológica ya que es parcial e
inconexa (ocultando las contradicciones) ignorando que no solo la
parte está en el todo sino que el todo está en la
parte (hologramático). Ese olvido intencional es producto
de la ideología.

Algunos justifican esa postura por la necesidad de un proyecto nacional
y buscarle al país-nación-Estado, no siendo más que una
manipulación ideológica. Por permitir o asumir, en
la neomicrohistoria, la carga ideológica de los hechos, de
los actores y del investigador (sujeto-objeto) no la hacen
científica en el sentido académico moderno del
término. El sujeto y el objeto estarán fundidos en
uno solo, inclusive, el investigador entraría a formar
parte de su propia tela de araña (donde él solo
puede moverse), construyéndola y atrapándose hasta
desparecer. La ideología servirá para legitimar las
creencias o el comportamiento
de un grupo social
mientras que las representaciones sociales servirán para
dar sentido y comprender la realidad social de la cotidianidad.
Se parte de la idea que un discurso será ideológico
cuando oculta las contradicciones, mientras más afloramos
las contradicciones más nos alejamos de la
ideología. Para Eco (1991) el discurso no
ideológico es un aserto metasemiótico que muestra la
naturaleza contradictoria del espacio a que se refiere.

Si la neomicrohistoria no sigue el método
histórico moderno, entonces cuál será su
método. Serán métodos
convertidos en caminos que hacen caminos al andar,
adaptándolos a las exigencias particulares de cada
investigación al aparato erudito de cada investigador. El
plan de
trabajo o el
proyecto no serán una camisa de fuerza sino
una guía que se irá modificando en la medida que
avanza la aventura de conocer, dejándonos llevar de la
mano por el azar.

La neomicrohistoria será la historia menuda, de las
migajas de los fragmentos, de las partículas, de la
cotidianidad, de lo que va quedando en la memoria
colectiva como una suma de individualidades. La cotidianidad es
una vida compleja en la que cada individuo
juega múltiples roles sociales, de acuerdo a quien sea en
sociedad, en su trabajo, en la calle, en su casa, con los amigos,
con los enemigos o con los desconocidos Vemos así que cada
individuo tiene una multitud de identidades, una multicidad de
personalidades en sí mismo, una multicidad de opiniones y
decisiones, un mundo de fantasmas, de
amores, de sueños y simulacros que lo acompañan el
montaje de la obra teatral que es la vida de las
cotidianidades.

La neomicrohistoria se fundamenta en una triple subjetividad
(aunque puede llegar a cuatro), la primera que está
presentada por el hecho histórico y el autor-creador-actor
de la fuente; el documento puede decir una verdad o una media
verdad o una falsedad en su totalidad, por ejemplo: una compra
ficticia o simulada o el personaje es un testaferro o
¿Qué hay detrás del documento? O
¿Quién está detrás del documento? Con
respecto al actor o al personaje es indudable su carga
ideológica, todas sus acciones y
actividades son el producto de su sistema de ideas. La segunda,
representada por el historiador que ve la fuente desde los ojos
del presente con toda su carga ideológica, de perjuicios e
intencionalidades; está en las manos del historiador
convertir un hecho cualquiera e insignificante en
histórico, puede proyectar a su personaje en un
héroe o en un villano si comparte o no su posición
ideológica. Pero lo que busca la neomicrohistoria es ver a
su personaje tal como uno cree que fue o es, con o sin posturas,
con o sin ataduras, con sus contradicciones. La tercera,
estará representada por el lector, quien también
con su carga de ideología, de valores y perjuicios
aceptará o no lo que está ante sus ojos. El
historiador no escribe para él, para guardarlo en su
archivo o
cargarlo guindando en un pen drive, él escribe para que
otros lo lean y lo reconozcan y quien lo va a leer tiene su carga
ideológica, compartirá, dudará,
criticará o simplemente rechazará lo leído.
Esto dará pie a una historia discursiva en forma de prosa
subjetiva, en donde el historiador a través de su
discurso, interviene y opina sobre su mismo discurso, porque es
su creación, es su invención, inclusive
hablará de los inconvenientes y obstáculos
encontrarlos en la investigación o expresará como
fue el proceso de
búsqueda.

Uno de los aportes de la neomicrohistoria son las
categorías de encriptación histórica, la
criptohistoria y la apohistoria. Con respecto a la primera se
tiene que las clases dominantes y las organizaciones de
poder, a lo
largo de la historia, han hecho del secreto de muchos de sus
actos un principio fundamental de su actividad. Cuando informan a
la colectividad (si hay necesidad de ello) dirán lo que
ellos quieren que se sepa y esa información encriptada es la que
pasará a la historia y ella será la estudiada por
los investigadores sociales e historiadores; es decir, siempre
conocerán verdades a medias o medias mentiras,
convirtiéndose la mentira, en la
mayoría de los casos, en una fuente histórica. En
virtud de lo anterior se puede dar como ejemplo el uso de las
partidas secretas de los gobernantes: ¿Cuántas
informaciones habrán comprado? ¿Cuántas
conciencias cambiaron de rumbo? Otro ejemplo se tiene en las
entrevistas
privadas de los presidentes con sus pares, con sus ministros, con
personeros de la oposición o aquello de que los muertos no
hablan o sin testigo no hay crimen; ¿Cuántos
secretos de familia no
llegaron a la tercera generación?

Con respecto a la apohistoria consiste en que el historiador
retrodice o postdice, ya que el pasado no puede reconstruirse en
su totalidad, todavía el hombre no
ha construido una máquina del tiempo;
solamente estudiamos partículas de ese pasado que
teóricamente no existe. El hombre y las sociedades
necesitan olvidar para poder continuar con su vida y solo el
recuerdo le permitirá conectarse con fragmentos de su
pasado. No podemos mantener vivo e intacto los sucesos de una
guerra o de las matanzas en nombre de cualquier causa noble y
patriótica, por nuestra salud mental
individual y colectiva hay que olvidar. El pasado, para Jorge
Bracho, se asume que se hace inteligible bajo el flujo del
presente. A partir de la retrodicción se infiere lo que
pasó, partiendo de lo que sucede (1999). Siempre
reconstruimos medias verdades y medias mentiras; siempre
existirá una historia oculta y enigmática: Esa
historia que nunca llegaremos a conocer o un hecho
histórico que no ha sido historiado y por tal motivo no
existe serán criptohistoria. Una pléyade de
historiadores ha caído en la trampa historiográfica
y han dedicado gran parte de su producción en averiguar quién fue el
fundador de Caracas, quién y cuándo se fundó
Valencia la guerra simétrica de guaicaipuro; qué
trataron Bolívar y
San
Martín cuando se reunieron, buscar por todos los
medios: "narrar los hechos tal como sucedieron".

La reconstrucción discursiva histórica en forma
de prosa de las partículas del pasado, verdaderas o
falsas, será la apohistoria. Esto quiere decir que toda la
histografía existente es apohistoria, una partícula
reproducida de lo que pudo haber sucedido, de acuerdo al criterio
del historiador desde el presente.

Como ya hemos visto, la neomicrohistoria, no verá a la
historia como una ciencia, ni como un arte; sino
simplemente como historia, cargada de pensamiento complejo,
entendiendo que la complejidad es una palabra problema y no una
palabra solución; se trata de ejercitarse en un
pensamiento capaz de tratar, de dialogar, de negociar, con las
realidades que son deconstruidas por el historiador. La
neomicrohistoria será diluida en y con otras disciplinas
llegando a la transdisciplinariedad, reconociendo que ella es
producto de la crisis de los paradigmas, permitiendo un
sincretismo teórico producto del eclecticismo y del
reacomodo historiográfico de Clio.

La neomicrohistoria trascenderá el espacio
físico convirtiéndolo en espacio histórico,
ya que el hombre en su actividad económica,
política, social, cultural y cotidiana va más
allá de las regiones geográficas, políticas
y administrativas; más allá de los puntos y las
rayas de los mapas.
Transcenderá el tiempo cronológico lineal para
convertirlos en tiempos históricos, de acuerdo a la
actividad cotidiana el tiempo lineal cronológico
pasará lento o pasará volando. Hablar cinco minutos
con una suegra odiosa es una eternidad, pero al hablar dos horas
con una hermosa mujer las horas
se hacen minutos. Cuando sufrimos un accidente todo el suceso lo
vemos y lo sentimos como en cámara lenta, son las
milésimas de segundo más largas de nuestras vidas.
Cada individuo, cada colectividad, cada hecho, llevan un
diferente ritmo histórico que hay que deconstruir, hay que
localizar o hay que inventar. Así podemos ver un tiempo
para trabajar, para enfermarse, para la vida, un tiempo para
el amor, un
tiempo litúrgico en fin para todo a un tiempo a un ritmo
diferente. Y digamos (Villalba, 2002), con algún dejo de
incerteza que estamos en presencia de un tiempo ilusorio, que no
se deja acorralar para ser convertido en esclavo de los
detentores del tiempo lineal. Identificar los ritmos de los
espacios y de los tiempos históricos en las
cotidianidades, colectivas, locales y de los barrios darán
una periodificación muy particular que variará
metodológicamente dependiendo que se estudie y quien lo
estudie. Federico Villalba (2001) expresa que asistimos a la
aparición de nuevos mapas, topologías sorprendentes o vértices
amenazantes. Y del cosmos llega la radiación
de fondo que invita a estudiar al pasado y el futuro (si es que
se puede separar del azaroso presente) en términos
transrelativistas; es decir, no solamente como una fusión
inconsútil como espacios de creación transfinitos.
El hombre débil, la familia, el
barrio, la localidad y cada hecho llevan su propio ritmo
temporo-espacial ajeno e indiferente a la cronología
nacional y mundial. Ellos han periodizado su vida, siempre
tendrán un antes de… y un después de…
El historiador tiene que encontrarlos, tiene que estudiarlos o
tiene que inventarlos.

Se ha dicho que la realidad no existe, la realidad se
construye; pero no hay una realidad en singular. Si existen
múltiples realidades, la que construye, reconstruye o
deconstruye el historiador puede ser una realidad simulada, un
montaje que puede ser verdadera o falsa de acuerdo al autor y al
lector. Vistas las cosas de esta manera podemos hablar de una
historia virtual, ya que se pueden estudiar o agregar qué
aspectos de la historia fueron inevitables y que otras fueron
contingentes ordenadas pueden sufrir cambios abruptos y
catastróficos, por ejemplo la URSS, el imperio azteca
entre otros.

La neomicrohistoria es reconocer que es imposible conocer la
verdad histórica, los hechos tal y como sucedieron,
reconstruir el pasado, ver un solo tiempo, reducir el espacio,
creer en la objetividad, buscar leyes generales, pensar que se
está haciendo ciencia. La neomicrohistoria será la
hija del evento, de la incertidumbre, el caos, el azar, vista
desde la complejidad en un mundo planetario y de realidades
simuladas y lo más importante hecha con la mayor libertad, sin
las ataduras del pensamiento científico moderno. En el
futuro quizá sea otra cosa pero hay que hacer camino.

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